Apenas han pasado tres días

Separarse es una de las cosas más difíciles que puede vivir una persona.  He leído que el duelo del divorcio es igual a procesar la  muerte. Algo se muere, la vida desaparece tal cual como la conocíamos. Ya no volveremos a ser los mismos. Nadie sale bien librado: hijos, el perro, el gato, yo, yo, yo... 

No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Pero, las primeras noches se sienten como los putos mil años. Qué dolor tan grande, que desasosiego. No hay mal que por bien no venga, pero sabrá Mandraque cuándo llega el puto bien. 

Tener que aprender a volver ser. Aprender a ver el futuro sin el otro. A planear sin el otro, ya nada se suma todo se divide, empezando por el corazón que se parte y duele, duele de verdad, en lo físico. Se siente el hueco en la mitad del pecho, a veces pareciera que al cuerpo se le olvidó respirar. 

Hay que aprender la rutina de la vida sin saber dónde meter la información que se compartía: ¿Qué comiste hoy? ¡Vi cómo se robaron los cables que nos dejaron sin internet! Hoy conocí gente nueva, hoy esperé un bus dos horas. Caminé por 30 minutos, cayó lluvia, vi una nube negra y grande, y luego salió el sol. 

Y aunque tal vez hace años no había nadie preocupado por uno, el que sea explícito hace que desaparezcan las ganas de comer. Desaparecen las ganas de ver Netflix y escuchar un podcast, no hay tranquilidad para leer un libro, no hay vida para olvidar la vida que se acaba ni para comenzar la que viene. 

Y sin embargo, hay que pararse al otro día, y bañarse, y arreglarse, verse en el espejo, cepillarse los dientes, caminar, y preparar el desayuno, aunque no se coma. He comprobado que uno puede dejar de comer por tres días y no pasa nada, el cuerpo sigue respondiendo, en inercia, el instinto de supervivencia dándolo todo. 

Y sólo han pasado tres días de esta mierda. Apenas está comenzando. 


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