En el colegio, no se aprende lo suficiente; ni se enseña tampoco.
A mí me encanta mi trabajo. He
corrido con la fortuna de poder trabajar con pasión porque trabajo en lo que me convence. Recién salí de la universidad trabajé como profesora (de colegio) porqué creía
profundamente en la educación. Pensaba la educación como una herramienta con la
que se podía cambiar el mundo. Luego, de haber compartido una, no muy dulce,
experiencia con jóvenes entre
los 12 y los 18 años me di cuenta qué la educación formal no es la solución
para cambiar el mundo.
Es más, no hay un camino más
equivocado para hacerlo. No hay algo que se deteste más que ir al colegio. A los niños, y menos a los jóvenes, les gusta. Quieren a sus amigos, pero detestan el colegio.
Detestan ese lugar donde les dicen cómo sentarse, cómo hablar, qué decir y qué no, cómo pensar, qué se permite y qué no. Detestan esos lugares donde creen que
educar es pedirles a las mujeres que no se pinten las uñas o que se dejen la
falda larga. En estos lugares se confunde la educación con el adoctrinamiento y
se cree que ser buen estudiante es aquel que repite la lección, se saca buenas
notas y no dice malas palabras.
Pero, aún sostengo lo que muchas
veces les dije a mis estudiantes en el aula, en la universidad no te van a
pedir las notas. Y, le va mejor al estudiante inquieto, creativo, asiduo de
aprender a comprender… que, al estudiante memorioso con cuadernos bonitos. En
la universidad, y luego en la vida real, nadie le va a mirar el cuaderno.
Esta es
una invitación para reflexionar en dos vías. Primero, es momento de ser
estudiantes más inquietos, menos obtusos y obedientes. También es momento de
ser docentes revolucionarios, menos doctrinarios, obedientes y menos normativos.
Si hay que aprender normas, que sea la constitución política que defiende
libertades. Si hay que aprender decretos y leyes que sean las que defienden
territorios, saberes ancestrales, tesoros inmateriales y derechos humanos de
las minorías. Hay que enseñarles a los y las jóvenes a defender su libertad, a
participar y no tener miedo cuando se está siendo buen ciudadano.
No hay que decirle usted firmó un
contrato (matrícula) y por eso debe hacer caso (manual de convivencia) las
dos cosas son mentira ¡son una mentira enorme! Que se la cree el mal profesor, que,
además, la enseña a los y las estudiantes. Ninguna norma (educativa o laboral) puede
estar por encima de la constitución Política de un país. De eso hay que dar
lección a los estudiantes, hay que enseñarles qué es más importante (eso se llama priorizar, y es fundamental aprenderlo. Luego puede funcionar para comprender que, muchas veces, es más importante el tiempo en familia o el tiemppo de ocio que el tiempo en un trabajo, obligado que no nos gusta.)
Una constitución política
está por encima de cualquier manual de convivencia. Si se interioriza esto cuando salgan a la
vida real (el colegio es un ensayo de los frustrante que va a ser la vida real)
van a tener herramientas para proclamar país. Y, no se crean la mentira que en
un trabajo le pueden exigir que no se ponga jean y tenis… como ocurre muy
seguido en mi país (especialmente en honorables instituciones educativas de
básica y media).
Un estudiante no aprende mejor si
tiene el cuaderno bonito, el pelo corto o no tiene tatuajes. Cada uno tiene sus formas de comprender, y científicamente se ha comprobado que el largor del pelo o la falda no influye sobre los procesos de aprendizaje. No es cierto
que a una mujer se le enseñe valores diciéndole que no se maquille, no se pinte
las uñas, no use la falta corta o no tenga novio. El proyecto de vida va más
allá de la estética femenina y “fingir ser niña buena no hace buenos proyectos
de vida”. Hay que educar desde otros lugares. Yo he sido las dos cosas estudiante
y docente, he sido mala estudiante y profesora. Fui una estudiante estúpida que
creyó que copiar la tarea y sacar el resumen de un resumen era la mejor vía, y
fui una profesora tonta que le pidió una niña que se quite el maquillaje. Hoy
me doy cuenta qué no aprendí lo suficiente y que no lo enseñé tampoco.
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