La Mala
Ella era mala, desde que nació su mirada no era como la de cualquier niña. A la única que despertaba ternura era a su mamá. Ninguna de las enfermeras, en el hospital, quería alzarla. Cuando la tomaban en brazos su mirada odiosa se clavaba sobre los adultos haciéndoles sentir miedo. Por eso, al nacer, solo duró tres horas en el hospital. La doctora que la recibió ordenó las vacunas, espero que hiciera popo como es rutina. Luego de esto no soportó verla. El temor que producía percibir maldad en una recién nacida hizo que todos quisieran alejarse de ella lo antes posible.
El enamoramiento que producen las hormonas de parto hacían que su mamá la viera como el ser más hermoso y angelical. Sin embargo, las hormonas duran unos pocos días en empezar a bajar. Tal vez, sería el tercer día cuando mamá empezó a notar cómo su beba sentía placer al generar dolor o sufrimiento a otros. Le mordía y jalaba el pecho mientras la miraba desafiante.
A los tres años, se encontraba jugando con su primo, apenas un año mayor que ella. Le pidió un juguete que tenía en la mano. El niño, que reconocía su maldad desde siempre, le dijo que no. Entonces, ella mirándolo fijamente cogió un lápiz que estaba en el piso y se lo clavó en el ojo derecho. El niño salió gritando con el ojo reventado. Mientras una cascada de sangre chorreaba por su cara. Las madres, hermanas, aceptaron, por mutuo acuerdo, que no se trataba de otra cosa, sino de un accidente infantil e inocente. Nadie tenía la culpa de que Michael hubiera perdido su ojo a los 4 años.
Su mamá, sin embargo, ya conociéndola, y con el temor de que pudiera hacer daño a otras personas empezó a tener cuidado de no dejar a mano cuchillos, bisturís, tijeras etc. Así mismo, no volvió a dejarla sola con otros niños. Para su familia, Emilia siempre fue una madre sobreprotectora. Llegaron a la conclusión de que el comportamiento irregular de la niña respondía al cuidado desbordado de la madre. Era el resultado de la falta de libertad y autonomía.
Tenía 6 años el día que subió a un carro con un bebe de 5 meses. Como no tenía a la mano ningún objeto para molestar a la criatura, dejó volar su imaginación. Fingiendo que consentía y jugaba con el niño le quitó la media del pie izquierdo, se arrancó un cabello y lo enrolló muy apretado en el dedo pequeño. Al poco tiempo el bebé empezó a llorar. La madre desesperada por el llanto empezó a revisar qué tenía el pequeño. La niña pedía: - Por favor cállalo. Ese bebé llora muy duro. Me tiene muy incomoda… La mamá del niño le reviso el pañal, trató, inútilmente, de darle de mamar, le quitó y puso la ropa dos veces. Y así por varias horas sin saber qué hacer. Finalmente, casi a la media noche y en la soledad de la habitación notó que el bebé tenía el dedo del pie completamente morado y frio.
Hoy esta niña está
cumpliendo años y las oraciones de las personas que la conocemos se aúnan rogando porque no tenga hijos o vaya a casarse. No es difícil de imaginar
cuánto sufrimiento podría causar a alguien que considere suyo.
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