Historias de Uber
Martín tiene 17 años pero le dice a los pasajeros que tiene 19, porque nadie confía en un conductor de Uber de 17, por más experto que sea. Se aprendió las rutas de Bogotá mejor que cualquier taxista veterano, sabe dónde no meterse después de las ocho y cómo librarse del trancón de la Caracas a las cinco. En su carro siempre hay música, buena música. Dice que el ambiente lo pone uno, no los pasajeros. Uno de sus primeros clientes fue un señor de unos cuarenta, serio, con acento caleño y cara de quien ha visto cosas que no se cuentan. Al principio no hablaba, pero a mitad del recorrido empezó a soltar frases como piedritas de río: redondas, contundentes, sabias. “Ahorre, mijo. Desde ya. Así sea poquito. Ahorre.” Después vino el sermón: que estaba bien que trabajara, que en su vida nunca había visto un sicario o una prostituta millonarios. “La plata que llega fácil, se va volando, como mujer ajena”, soltó con una risa amarga. “Y no jugués con fuego, que te quemás.” Lo dijo dos, tres ve...