La casa que se reacomoda.

Parte del devenir de vivir en soledad —de esa soledad que se instala cuando se deshace la vida compartida— es empezar a encontrarle el gusto a los espacios vacíos. Al silencio. A los tiempos que son solo tuyos, sin que nadie te los dispute. Y aunque ahora lo diga con cierta serenidad, al principio da miedo. Mucho miedo.

Uno de los mayores sustos cuando una se separa no es el adiós. Es el “¿y si me enfermo?”, “¿y si no puedo sola?”. A los quince días de haberme separado, me dio duro: fiebre, debilidad, angustia. Pero más que los síntomas físicos, lo que más dolía era no tener a alguien que me pasara la agüita tibia, que me arropase, que me dijera con voz suave: "aquí estoy". Ese día sentí que me moría más de la tristeza que del virus.

La Juana de ese entonces se despertaba con el cuerpo quebrado y el alma hecha un ovillo. Y no era solo por la fiebre, sino por la nostalgia sorda que se arrastra entre las cobijas cuando te enfermas sin nadie que te alcance una agüita caliente o te ponga la mano en la frente para decirte, sin palabras, que vas a estar bien. Hay una tristeza particular que solo se entiende desde una cama en desorden, con el cuerpo débil y el corazón preguntándose: 
                                        ¿quién me cuida ahora?

Y es que siempre fui yo quien cuidó. Cuidé hijos con fiebre, pesadillas y rodillas peladas. Cuidé a la perra con todas las enfermedades propias de una criolla rescatada del basurero. Paladeé a Muérdago, que ya no está con nosotros, pero que nos enseñó —con su olor a gato gordo y consentido— lo que es despedirse cuando se quiere mucho. Cuidé a la gata, que parecía no necesitar de nadie… hasta que se arrancó el pelo de estrés tras la muerte de su compañero de vida, y empezó a buscar mi pecho para dormir como quien sabe dónde está el calor. Y al que era mi compañero… le cuidé las gripas, el mal genio, el estrés, y hasta los guayabos de cuando salía con la que él sí quería.

 ¿Quién necesita una enfermera teniendo a una mujer con vocación de mártir?

Este fin de semana volví a caer. Fiebre. Dolor en cada parte del cuerpo. Me quedé en la cama, sola. Me acompañaron mis series, esas que saben hablar sin que yo tenga que responder. Me levanté dos veces a prepararme aguas, me arropé con lo que encontré —una cobija, un poco de dignidad— y ahí, entre el sudor y la autoflagelación, me di cuenta de algo: no estoy sola.

Mis hijos se acercaron. Me tocaron la frente. Me preguntaron si ya había comido. Me miraron con ese amor tímido que no hace alarde, pero cuida. Me cuidaron. Sin hacer ruido, me paladearon. Y juro que por un momento vi el futuro: ellos aprendiendo lo que es cuidar sin esperar medallas, sin drama, sin peso. Solo por amor.
Por eso este viernes no hubo Chica de los viernes. Porque estaba encontrándome enferma para reencontrarme cuidada. Cuidada por un par de hombres que están creciendo en el desubique de una mamá separada, a los que también les ha tocado aprender a vivir sin el hombre adulto que estaba todo el tiempo para ellos. 

La familia ha tenido que reajustarse en ese saber que sigue siendo, pero de lejos. Que nunca dejará de ser papá, pero que ya jamás volverá a ser como antes. Porque mientras aprendemos a vivir todos en la distancia, tampoco somos los mismos. Ni necesitamos las mismas cosas. Y aprendemos —como podemos— a ser distintos.
Y entonces entendí: la familia se reacomoda. Los roles se reajustan. Lo que antes era solo una fuente, ahora es una red. Yo ya no soy solo quien cuida. También soy quien puede dejarse cuidar.
A veces, cuando una arde de fiebre, no es solo el cuerpo el que se quiebra. Es la vieja idea de que una tiene que ser fuerte todo el tiempo. A veces hay que enfermarse para descubrir que también hay quien sostenga el temblor.

Comentarios

  1. Me gusta leer tus historias y con frecuencia encuentro en tus líneas caminos que ya recorrí. Todo siempre se acomoda y a veces trae mejores versiones de ti misma. Gracias por convertir el sentir en palabras

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    1. Hola. Muchas gracias por escribir. Es muy gratificante y motivador leer comentarios en el blog. Agradezco mucho el interés en leer, agradezco el teimpo que sacas para hacerlo, agradezco el teimpo que dedicas en escribir el mensaje. Muchas gracias. Me necanta que te encuentres en las palabras, yo solo trato de capturar lo que siento en un pedacito del día. Es maravilloso que haya otra persona que se encuentra en eso. Un abrazo.

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  2. Un regalo inmenso leerte. Gracias 🫂

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    1. 🫂🫂🫂🫂🫂🫂🫂🫂 Muchas gracias por leerme!

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