Los primeros 15 días


Cuando una piensa que ha pasado lo más desagradable, llega lo peor. Hacen chichí y popo cada 15 minutos, y hay que darles pecho en ese mismo lapso. Si con una barriga de 150 cm parecía que no se podía respirar... la ingenuidad es poca, después es cuando no se puede respirar. Una vida tan frágil está en tus manos. Acaba de salir un ser humano de tu ser. TU SER. Todo el dolor del parto ahora se traduce en temor. Temor a la responsabilidad. 

Una vida depende completamente de ti. Una existencia está en manos de un ser tan imperfecto como tú, en ese momento hacemos conciencia de todos nuestros errores, de todos nuestros defectos, de todas nuestras fallas, de toda nuestra falta de madurez, y aunque algunas personas puedan pensar que esto es así porque fui madre a los 21 años. No es así, he hablado con madres de 36 que sienten exactamente lo mismo. Ahora debes mantener vivo a otro ser, y no solo eso, tratar de que sea un buen ser humano.

Son días de quedarse despierta toda la noche para ver si está respirando. Pones la mano en su pecho, pero a veces parece que no es suficiente. Entonces prendes la luz, y miras, cuidadosamente las fosas nasales y el estómago, para ver que nada falle. Si todo está normal ¡genial! Pero vas a repetir esta rutina muchas veces en una misma noche y así por varias noches.

Otra noche, al otro día, y una noche más. Así sucesivamente hasta que más o menos al quinto día no es humanamente posible mantenerse despierta. Gracias a ese sueño el cuerpo recarga, hace conciencia de su ser y aparecen las dolencias que por la adrenalina, dopamina y oxitocina que invaden tu cuerpo no sabías que estaban ahí.

Al octavo día me di cuenta de algo que mi hermana ya había notado tres días atrás. La fiebre seguía subiendo. Ese día no me pude parar de la cama. Sentía frío, me dolía todo. Era insoportable. No me aguantaba la ropa, ni las cobijas, ni el viento, ni el frío. Estaba completamente desprotegida y él también. Me sentía una niña en la casa de mi mamá y mi papá, pero, ya no era tratada como una niña. ERA UNA ADULTA. ¿Quién asiste a un adulto en sus peores momentos? yo tenía la suerte de que mis mejores amigas eran también mis hermanas.

Mi hermana mayor en el afán por protegerme y cuidarme me obliga a ir al médico. No se necesita hacer una investigación profunda para conocer las manifestaciones de la violencia gineco-obstétrica, basta con ir a ginecología. Tenía endometritis... según dijo en médico, de la manera más amorosa y ética; me estaba pudriendo por dentro... qué mierda de médico. Yo escuché la noticia sin poder decir nada, porque si lo recuerdan me estaba temblando desde la punta del pelo hasta el dedo gordo del pie, y tenía un bebé al que le daba de mamar cada 30 minutos.

Estuve siete días hospitalizada. Recuerdo el primer día peleando como una leona para que dejarán quedar al bebé conmigo. Los médicos me decían que no, no era posible. Que era riesgoso para él. Y, sin embargo, por evitar complicaciones de mastitis, lo hospitalizaron a mi lado. El instinto maternal me aguantó solo dos días más de fiebre. Al tercer día de hospitalización no quería saber nada del bebé. Lo único que quería, en ese momento, era que se lo llevaran. No quería tenerlo al pie. Estaba enferma y él era un ser extraño, al pie mío, que me debilitaba cada día más. Lo poco que comía él lo chupaba de maneras desproporcionales... Nunca llegué a imaginar que mis pechos pudieran llegar a estar tan inflamados y que la leche materna oliera tan raro.

Los antibióticos hacen lo suyo por todo lado, matan todo a su paso. Al sexto día la bacteria estaba débil porque ya me podía parar, no me dolía moverme y había podido volver a comer. Pero, así como mataba lo malo, también lo bueno... Jacobo fue víctima del antibiótico. Como si la película del exorcista fuera real, Jacobo disparó vómito para todo lado: regó pisos, techos, pasillos, salas de exámenes, baños todo a sus tan solo 14 días de nacido.

Un médico que se compadeció de él, sin importar lo que hubiera estado pasando con mi útero, nos dio salida. Pobre útero, todo lo que ha tenido que vivir. 5 años después, fue abierto con un bisturí ¿Cuántos úteros ven la luz del día a lo largo de su vida? Parece que cada día más. El dolor de un útero abierto es una cosa inexplicable, quien lo vive es quien lo goza. Los primeros 3 días puedes hacer conciencia de todos los músculos que están conectados a la zona. Duele caminar, estornudar, reírse, cargar el bebé o no cargarlo, ir al baño, moverse de medio lado... no duele respirar ni quedarse quieta. Lo bueno es que este dolor intenso dura poco, no más de 72 horas, luego los dolores se van haciendo más llevaderos, identificas partes del vientre que quedaron sin sensibilidad y dolores en la espalda que te acompañarán el resto de la vida.

La historia vuelve a comenzar, baños de sol de un bebé desnudo junto a la ventana, mientras tu revisas que no se le olvide respirar. Lo alzas como si fuera el más frágil muñeco de porcelana, tienes la impresión de que podría desbaratarse en cualquier momento. Hasta que, en el primer control de 8 días de nacido, el médico te dice que a ese bebé le falta estimulación, y lo jala de los brazos, lo abre, lo cierra, lo mueve como si fuera de trapo... ¡no le tiene la cabeza! y en ese momento uno siente que se le olvida respirar. En todos los controles de crecimiento y desarrollo sale una regañada, siempre se está haciendo algo mal. Siempre algo falta o sobra: estimulación, comida, abrigo, cariño. Como diría Aristóteles “Nada en demasía” el problema es que la medida justa nadie la sabe. Pero, los médicos siempre estarán ahí para recordarnos que no sabemos hacerlo.


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