Los Controles

 


Víctimas de esta sociedad, las mamás tendemos a comparar absurdamente a nuestros hijos con los hijos e hijas de las otras; como si se pudiera decir que la comparación es sensata en algún momento. Desde que nacen y empezamos a ir a los controles nos preguntamos entre todas por el peso, la talla: ¿ya se sienta? ¿a qué edad empezó a gatear? Y ¿ya le salieron los dientes? Y así, infinitas preguntas que en realidad no nos llevan a entender nada, porque como ya lo sabemos, todos los seres crecemos y nos desarrollamos de maneras diferentes. Sin embargo, parece que, junto con el chip averiado de ser mamá, viniera en el paquete uno perfectamente bueno para comparar.

Por ejemplo, mi hijo mayor caminó por primera vez a los 10 meses, claro el niño no gateó y eso que parecía una ventaja ante las otras mamás: "un niño tan pequeño que ya camina", no era otra cosa sino una incipiente tendencia de TOC en un bebé.

Desde que Jacobo nació a él no le gustaba untarse de nada. No sé si la pendejada se hereda, pero no le gustaba sentirse sucio. Por eso detestaba coger la fruta con las manos, como cualquier bebé normal. A él no le gustaba untarse, entonces aprendió a coger la cuchara, a coger el lápiz y los colores bien, porque le fastidiaba sentir la cera del crayón. Por eso, aprendió a caminar sin gatear porque no le gustaba ensuciarse.

Se veía las manos sucias y las mostraba para que se las lavaran, claro, eso también lo llevó a sufrir de múltiples y extrañas enfermedades. Las abuelas conocedoras, de las salas de espera, manifestaban que eso era pura falta de defensas por lo que el niño no gateaba; entonces no se había hecho fuerte. Porque acá en Colombia lo que nos hace sanos es untarnos de mugre y jugar con arena que tiene orines de gatos, de la que dejan enfrente de las construcciones. Por eso Jacobo me llevó a conocer múltiples salas de espera, con muchas mamás comparando los bebés y secretamente sintiendo envidia de lo que ya hacían los otros, o preocupándonos por no saber si teníamos un hijo retrasado.

Cuando somos madres primerizas comparamos con los hijos de las otras, pero cuando nace el segundo el punto de comparación es con referencia al primero. ¿A qué edad el otro empezó a caminar? ¿a qué edad le salieron los dientes? ¿Cómo se portó cuando se quedó por primera vez sin su mamá? Y así sucesivamente, todo el tiempo hay un punto de referencia, que además sigue creciendo y dejando marcas de estatura en las paredes de las casas, que nos permiten seguir y seguir comparando.

El chiquito caminó hasta los 18 meses, un año y seis meses. Pero aprendió a nadar desde los 6 meses, unas por otras. Como nació prematuro, le tocó hacer terapia para niños canguro; esto no es otra cosa sino hacer los ejercicios que uno les debería hacer a todos los niños, sino que como ellos se ven más chiquitos hay que insistirles en que crezcan. Los otros, los que ya nacen grandecitos, si por falta de estímulo se atrasan, no pasa nada, es normal.

Finalmente, todos terminamos, de niños, quedados en algo. Sí todos. Solo que las mamás para no hacernos sentir mal siempre echan flores, y dicen que sus niños son los más inteligentes, y que ahora son más que antes. Pero la verdad es que son iguales, ahora hay más estímulos, su primer centro de estimulación es un celular, que terminan chupando y jugando, antes de aprender cualquier otra cosa. Pero igual son quedados en comparación a otros. Así las mamás tampoco lo quieran aceptar, a veces, se guardan la quedades de sus hijos, y se lo llevan en secreto hasta la tumba.

Todo lo anterior para poder aceptar que Ignacio sí fue un quedado, camino tarde, y habló muy tarde. Habló con la lengua arrastrada hasta que cumplió 5 años y cuando iba a terapia de lenguaje las mamás seguían preguntando por si ya se sabía los números, los colores, si ya se vestía solo o se amarraba los zapatos. Pues no, no sabía ni pronunciar la S. Pero lo que sí sabía y lo hacía con gran excelencia era pegarse, romperse la piel era su especialidad, y si era en la cara… aún mejor. El chiquito aprendió a pronunciar bien la S luego de que le cosieran la boca por una caída en la que los dientes se le veían a través del labio, la costura le quedó muy bonita, y nos ahorró años de terapia de lenguaje.

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