¿Está bien descualquierarse?
Porque a veces lo más rebelde es dejarse sentir, sin pedir permiso.
Mi hermano me escuchó. No con esas orejas grandes de “te entiendo todo”, sino con ese silencio medio incómodo de quien intenta no decir lo que piensa. Porque claro, me quiere escuchar. Pero también es hombre. Y aunque se esfuerce, algo en su mirada se delata. Como si dijera: “no sé si esto que estás haciendo te va a hacer bien”.
Yo le hablé de cosas que a una no le enseñan a decir: las dudas que te despiertan a las 2 a. m., las ganas que llegan sin haber sanado, los besos que no sabés si quieres, pero igual los das. Le hablé desde un lugar que no es valiente ni derrotado, solo el lugar desde el que se está viviendo. Un lugar sin nombre, sin escudo, sin justificaciones.
Y él, que me vio como “la niña” —aunque ya tenga 38 años —, ahora se da cuenta que hay partes mías que se saltó. Que hay cosas que vivo hoy que quizás él vivió a los 17. Que hay experiencias que se me quedaron embotelladas mientras yo hacía lo que se suponía que debía hacer: ser prudente, sensata, cuidar, esperar.
Porque nos educaron distinto. A él le enseñaron a explorar, a equivocarse sin que eso le costara el respeto. A mí me enseñaron a cuidarme de mí misma, a no desear “demasiado”, a no mostrar ganas. Me enseñaron que el valor de una mujer se mide en su capacidad para contener, no en su derecho a desbordarse.
Y entonces… ¿cuánto hay que esperar para volver a sentir sin culpa? ¿Cuánto se considera “prudente” para besar sin plan? ¿Cuántos días de luto hay que cumplir antes de que el deseo vuelva sin disfraz? ¿Está bien descualquierarse?
Porque eso estoy haciendo. Deshaciendo etiquetas. Quitándome los trajes que me quedaron bien en el deber, pero no en el deseo. A veces soy la que ríe sin miedo. A veces soy la que llora en el baño. A veces me abrazo fuerte y a veces quisiera que alguien llegara solo para decirme: Todo va a estar bien.
Y él está ahí. Con cara de hermano mayor que quiere proteger, pero también con los ojos abiertos de quien empieza a entender que las mujeres no nacimos sabiendo sufrir bonito. Que no tenemos por qué hacerlo. Que a veces el amor llega tarde, o mal vestido, o con las manos sucias y sin plata. Que a veces solo queremos sentir, sin que eso nos vuelva culpables.
Porque eso también es feminismo: reconocer que tenemos derecho al placer, al error, al impulso. Que no todo lo que hacemos tiene que ser “coherente” si nos libera. Que ser mujer no es un papel que se actúa con decoro, sino una experiencia que se habita con cuerpo entero.
Al final no sé si estoy haciendo bien o mal. Solo sé que no quiero seguir esperando a que todo tenga sentido. Que tengo el cuerpo lleno de primeras veces que ya no quiero postergar. Que el miedo también se cansa, y que hay días en que una prefiere equivocarse que quedarse inmóvil.
Mi hermano no dijo mucho. Pero antes de irse, me dio un abrazo. De esos que no salvan, pero sostienen.
Y con eso me alcanzó. Porque aunque no entienda del todo lo que estoy haciendo, está. Y a veces, eso es más que suficiene.
¡Qué texto tan disfrutable!
ResponderEliminarHola, David! Muchas gracias por leerme. Y muchas gracias por dejar tu comentario. Siempre recibir estos mensajitos motivan un montón para seguir escribiendo. Un abrazo grande.
EliminarSentir, eso es lo importante ! ❤️🩷💜💙 👏🏼 Aplaudo tu valentía !
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura, y muchas gracias por tu mensaje. Estamos de acuerdo, lo importante es sentir. Por eso una de mis canciones favoritas es https://www.youtube.com/watch?v=HhhaJhSR48s
Eliminar