David y el hilo rojo


Las Diosas, que no tienen nada mejor que hacer que jugar con las vidas ajenas, ataron a Juana no uno, sino varios hilos rojos.
No por desordenadas, sino porque sabían que su corazón no era para un solo destino. Ella iba a morir a mitad del camino y reencarnar. Ella iba a necesitar varios fuegos para encender sus ganas de vivir.

Uno de esos hilos apareció hace veinte años, con un hombre que se volvió cicatriz, recuerdo y espinita al mismo tiempo.
Un amor breve, pero de esos que se quedan como un tatuaje invisible: arde cuando lo tocas con la memoria.
Y aunque Juana tomó otro camino, el universo, sarcástico y burlón como siempre, estira ese hilo de vez en cuando, solo para tentarla.

Otro hilo, más grueso y pesado, la ató por veintiún años a un hombre que fue sombra, rutina y costumbre.
Un hilo que parecía amor hasta que un día empezó a apretar tan fuerte que casi le roba el aire.
Y Juana, valiente y con cicatrices en el alma, decidió cortarlo.
Porque a veces soltar no es perder: es volver a respirar.

Así murió… y esperó paciente a reencarnar.

El universo, aburrido un viernes en la noche y queriendo salir de la rutina, escupió un recuerdo.
Entonces el hilo se tensó, se estiró y les volvió a recordar que están conectados.

Nos hemos desencontrado durante veinte años.
Este año se cumplen veinte.
Nos conocimos cuando teníamos diecinueve años, en diciembre de 2005.
El 2006 fue, quizá, el año más encantador que recuerdo de mi adolescencia.

Después de eso, todo han sido desencuentros.
Huí de lo que sentía… por miedo. Entonces el hilo se aflojó, a veces parecía suelto.
Luego de ello, cuando yo lo llamaba, él no estaba disponible. Y el nudo atado al dedo meñique dolía, se sentía cómo ahogaba.
Cuando él me buscaba, yo sentía que tenía una vida que no podía parar, ni arriesgar. Entonces el hilo parecía irse al viento.

Nos hemos cruzado en la calle. De casualidad.
Como esas escenas de películas donde el destino juega con los protagonistas.
Es el universo recordándonos que el hilo sigue ahí, puede dar mil vueltas, tensarse, volar al viento, pero al final no se suelta.

Así, aunque las conversaciones se pausaran por años, nunca nos hemos ido del todo.
Él siempre ha estado ahí. Y yo, también.
Seguimos encontrándonos en los desencuentros de cada año.

Cumplimos años el mismo mes… y lo pienso cada agosto, de cada año.
Y aunque no le escriba o llame, recuerdo que, aunque nos llevamos solo una semana, yo soy Leo y él es Virgo.
Y le deseo feliz cumpleaños con un brindis silencioso en donde no está él.

Me encanta imaginar que el universo traza caminos para ciertas personas.
Y que por eso el contacto no se rompe, solo se aplaza.
Pero hoy, a mis treinta y nueve años, sé que no es así.
La vida no es predestinación.
La vida son decisiones.

Y, sin embargo, mi alma romántica anhela que sea diferente.
A los diecinueve, me enamoré de él.
Lo quise mucho.
Muchísimo.
Sentí mariposas. Y me sudaban las manos cada vez que intentaba tomar la suya.

Pero no fuimos.
Primero por decisión mía.
Luego por decisión suya.
Luego... por decisión mutua.
Luego de nuevo suya, suya, suya...
Mía…
Y suya.
Solo fuimos desencuentro.

Ahora Juana vive con la certeza de que los hilos siguen ahí, invisibles, esperándola.
Tal vez sea necesario morir varias veces y volver a reencarnar.
Algunos llevan deseo, otros amorcito, y otros son solo lecciones con forma de beso.
El universo la observa, medio borracho y sonriente, y le susurra:


No persigas los hilos, Juana. 
Ellos saben llegar. 
Tú solo sigue siendo caos, risa y fuego. 
Todo lo que es para ti, vendrá. 
Siempre viene.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Apenas han pasado tres días

Manual tácito para superar una tusa

¿Está bien descualquierarse?