Entre Drexler, los algoritmos y mi falta de cordura.


 

Últimamente siento que el algoritmo me quiere decir algo. Que el universo me quiere gritar algo.

Porque últimamente Jorge Drexler está ahí. Suena sorpresivamente una canción en la radio… la trama y el desenlace. Entro a Instagram y me lo encuentro en un en vivo, ahí mirándome con esa cara de sabio cómplice que se ha leído todos tus diarios íntimos, esos diarios que ni siquiera escribiste. Conozco a una nueva persona y de pronto… ahí está saliendo Drexler en medio de las conversaciones con un apenas encontrado.

No sé si es brujería, sincronicidad, o que le di demasiados likes a videos suyos mientras lloraba con vino, pero el hecho es que Drexler está en mi vida. Y no pienso echarlo. Disfruto inmensamente su compañía, su voz sexy y sabia.

Hoy me apareció “Tinta y tiempo” como quien no quiere la cosa.
Y ¡pum!, me acordé que el tipo además de cantautor es médico, uruguayo, filósofo accidental, poeta contemporáneo y probablemente parte de una orden secreta de hombres que saben decir lo que una siente… antes de que una misma lo entienda.

“¿Qué voy a hacer conmigo? Con este impulso fugaz de seguir tus pasos...”
Lo dice así, en voz bajita, como si no estuviera confesando una obsesión. Me gusta lo que escucho y agradezco al universo haberme curado del impulso fugaz de mandar un mensaje a quien no debería.

Porque Drexler canta bonito, pero también mete el dedo donde duele.
Y lo hace bailando.

Después vino “Cinturón blanco” —esa joya donde habla de comenzar, de volver a no saber, de permitirse ser novata otra vez.
Y claro, una que anda recién divorciada, recién libre, recién confundida, se agarra de eso como si fuera doctrina.
Porque es bonito eso de andar por la vida con el cinturón blanco puesto, sin pretensiones, sabiendo que no hay medallas ni técnicas que valgan si no se está dispuesta a aprender de nuevo… aclaro… quiero aprender de todo, menos a volver a amar. Lindo escuchar de eso en las canciones, pero que mamera reaprender eso en la vida.

Y entonces me remató con “Amor al arte”.
Con esa guitarra que entra suave, como quien te acaricia el pelo sin pedir permiso,
y con esa voz que te dice lo que nunca nadie te dijo:
“Por amor al arte se te ve llegar…”
¿Se me ve llegar?
Dios mío, ¡ni yo me he visto llegar!
Pero él sí.
Él siempre.

Drexler es ese tipo de hombre que no necesita gritar para seducirte.
Es la prueba viviente de que se puede ser erótico desde la ternura, sexy desde la sensibilidad, y profundo sin ser denso.
Tiene esa cosa de los hombres que leen, que piensan, que escuchan.
Y que escriben letras que una desearía que le dedicaran. Pero, que está bien que no te las hayan dedicado, porque entonces perderían fuerza, se volverían un recuerdo de alguien, y así se arruina la canción. Está mejor que no le dediquen a uno esos tesoros, después cuando la relación se termina… el disfrute de las canciones se jode. Entonces, mejor así, sin dedicaciones.

A veces siento que Drexler ha sido mi mejor pareja en los últimos meses.
Me acompaña, me habla bonito, no me interrumpe y jamás me ghostea.
Y además canta.
¿Quién necesita Tinder?

Así que si ven que estos días ando más inspirada, más nostálgica, más sensible...
No es que me enamoré.
Es que estuve oyendo a Drexler.
Y a veces, eso alcanza para revolverme entera.

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