Reencarnada y conectada: una red de hombres, fórmulas y vacíos.


 Lo bueno de haber vivido tanto a tan corta edad es que cuando todo termina, se siente como si una hubiera muerto y reencarnado. Con la distancia del tiempo, las escenas del pasado aparecen así, en tercera persona:


—Ah sí, eso yo lo viví... pero en mi otra vida.
—Ah sí, claro, eso fue antes de que reencarnara.

Duré 20 años frecuentando a las mismas personas, en los mismos espacios, con el mismo entorno, el mismo código. Y ahora, cada vez que conozco a alguien nuevo —cosa que ocurre con cierta frecuencia desde que decidí volver a estar viva— pienso inevitablemente en la teoría de redes de Leonhard Euler.
Sí, esa.
La que dice que todo sistema —personas, neuronas, ciudades, ideas— se comporta como una red, compuesta por nodos (las personas) y enlaces (las conexiones).
Y no lo digo yo. Lo dice la matemática, la sociología, la física, la computación y hasta el algoritmo de Instagram cuando te sugiere el ex del ex de tu amiga que alguna vez fue tu casi algo.

Y según esta teoría, en los últimos ocho meses he aumentado exponencialmente mis probabilidades de contacto. Estoy conectada. Me pasa que conozco a alguien y en cuestión de minutos ya tenemos dos amigos en común, un par de memes compartidos y una historia que inevitablemente termina en:
—¡No puede ser que conozcas también a ese man!

Y ahí está. Euler, tenías razón.

Pero si la teoría de redes me fascina, no es nada comparado con lo que escuché en estos días.
Un amigo, muy serio y muy ingeniero, me confesó —con cerveza en mano y risa nerviosa— que tenía un Excel.
Sí, un Excel.
Con nombres de mujeres, respuestas a sus preguntas y una fórmula para calcular la probabilidad de tener sexo en los siguientes 8 o 15 días, dependiendo de las variables.

Y aunque mi primera reacción fue de asombro mezclado con indignación y una pizca de vómito emocional, confieso que mi cerebro académico no pudo evitar pensar:
¿Qué teoría explica esta clase de locura?

Y bueno, gracias a mis buenas relaciones con cierta inteligencia artificial, encontré respuestas:

  • Teoría del Intercambio Social: que relaciona el cálculo de costos y beneficios.
  • Racionalidad instrumental: en donde explican que las personas actúan bajo la lógica de eficiencia para un fin (en este caso tener sexo).
  • Teoría de la elección racional: En donde se pueden aplicar fórmulas como si el deseo fuera una hoja de cálculo. (que según lo que alcance a entender es la que maneja él)
  • Psicología evolutiva: reproducirse a toda costa. O al menos intentarlo.

Pero luego llegó la crítica feminista: cosificación, desigualdad, algoritmos emocionales que eliminan la ternura, y esa idea patética de que todo puede reducirse a un número.
Y no puedo más que estar de acuerdo.
Aunque también me sigo riendo. Porque uno se ríe para no llorar, ¿no?

Pero la cosa no para ahí.

En las últimas dos semanas me encontré con dos hombres que decidieron explicarme con lujo de detalle su comportamiento en las apps de citas.
El primero le da like a todo, como quien lanza semillas en un campo esperando que alguna germine. El segundo, también ingeniero (¡oh, sorpresa!), me habló de eficacia, optimización del tiempo y modelos predictivos aplicados a ligar.

Y ahí fue cuando me pregunté:
¿qué carajos pasa con los ingenieros?

¿Dónde quedaron sus habilidades sociales? ¿La conversación sin fines de lucro? ¿El coqueteo artesanal?
¿Por qué esa necesidad de aplicar Excel, algoritmos y eficiencia industrial a las relaciones humanas?

Y la cereza del pastel fue el tercer personaje:
Una especie de sociólogo del caraoque, que en medio de una noche de tragos, teoría clasista y música para planchar, nos explicó cómo las apps están segmentadas por clase social.
Que Tinder es más aspiracional. Que Bumble es para los que tienen estudios. Que Badoo es lo más cercano al Sisbén sentimental.
Y que cada app tiene un algoritmo social propio.
“¡Cada app es la probabilidad una red distinta!”, decía emocionado.
Y yo solo podía pensar: ¿marica, usted no tiene nada que hacer en la casa? Nunca le hice la pregunta…

Pero yo me di la respuesta:
—No. No tengo nada que hacer. Por eso busco sexo. Para llenar el vacío que no puedo llenar con paz mental.

Y ahí me quedé.
Entre la teoría de redes, la elección racional, el vacío existencial y la falta de paz mental…
Pensando en cómo pasé de los mismos veinte años con el mismo, a todo este desfile de personajes, conceptos, teorías, ecuaciones, vacíos y matches de dudosa procedencia.

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