David y el hilo rojo
Las Diosas, que no tienen nada mejor que hacer que jugar con las vidas ajenas, ataron a Juana no uno, sino varios hilos rojos. No por desordenadas, sino porque sabían que su corazón no era para un solo destino. Ella iba a morir a mitad del camino y reencarnar. Ella iba a necesitar varios fuegos para encender sus ganas de vivir. Uno de esos hilos apareció hace veinte años, con un hombre que se volvió cicatriz, recuerdo y espinita al mismo tiempo. Un amor breve, pero de esos que se quedan como un tatuaje invisible: arde cuando lo tocas con la memoria. Y aunque Juana tomó otro camino, el universo, sarcástico y burlón como siempre, estira ese hilo de vez en cuando, solo para tentarla. Otro hilo, más grueso y pesado, la ató por veintiún años a un hombre que fue sombra, rutina y costumbre. Un hilo que parecía amor hasta que un día empezó a apretar tan fuerte que casi le roba el aire. Y Juana, valiente y con cicatrices en el alma, decidió cortarlo. Porque a veces soltar no es perder: ...