No cambié de cartas, cambié de juego.
Soy yo
La tirada está hecha (y voy ganando)
¿Por qué habría de hacerlo diferente, si así —como está— va siendo divertido?
¿Por qué tendría que jugar otras cartas, si con las que lancé estoy ganando?
Y sí, ya sé, ya entendí, soy consciente de que en el juego del amor no hay ganadores ni perdedores. Todos simplemente jugamos. Pero igual… me siento ganadora.
No porque tenga una medalla ni un nuevo amor. Sino porque cuando miro atrás, no pienso en lo que perdí… sino de lo que me salvé.
Y aquí salvada estoy:
de ti, de otros, de los que no supieron jugar este jueguito de ser.
De ser vida, energía, fuerza vital.
De ser amor sin condiciones, sin excusas, sin pausas.
Estoy aprendiendo a vivirme. Yo, conmigo, con mis juguetes y mis juegos.
Y, mi vida, que a veces está tan llena de cosas: de hijos, trabajo, de gata, de perra, ¡De vida!
Una vida sola que tú me dejaste. Esa vida llena de todo que no me deja escribir con compromiso, pero igual escribo, porque si no me escribo, me deshago.
Y hay días…
Días en que la soledad aprieta un poco.
Días en que provocaría buscarte.
Días en que una piensa: ¿será que quiero a alguien a mi lado?
Pero luego me llega la pregunta:
¿Estoy dispuesta a que alguien venga a apagarme el silencio, las locuras, el baile, la fuerza, las ganas de hacer y de deshacer?
Y no estoy segura.
Le dije hace unos días a mi hijo pequeño —que me preguntó si debería caerle o no a una niña—:
“Si no estás absolutamente seguro, déjala tranquila. Déjala ser. Déjala libre. Antes de ti, está ella.”
Y entonces, entiendí.
Ahora soy yo.
En este mar de no estar segura.
Y sabiendo —como lo sé— con absoluta seguridad, que después de todo lo vivido solo pueden venir cosas mejores, me miro al espejo y me río bajito:
“Ay, mamita… ¿en serio quieres compañía o solo era desconsuelo con forma de deseo?”
Tal vez no quiero a nadie.
Tal vez era solo la soledad haciendo bulla.
Pero una vez se aprende a disfrutarla,
¡La soledad se vuelve una chimba!
Porque volver a tener a alguien al lado que diga “hasta aquí” cuando yo quiero decir “hasta el infinito”. No
está tan chévere.
Claro, también me pasa:
pienso que tal vez sí quiero a alguien…
Pero a alguien que no sea piedra sino compañía,
que no sea alto sino vamos,
que no sea para, sino me encantas,
que no sea pensemos, sino decidámonos,
que no sea miedo, sino cariño,
que no sea pena, sino desenfreno,
que no sea juicio, sino asombro,
que no sea censura, sino delirio,
que no sea rutina, sino hallazgo,
que no sea sombra, sino fuego,
que no sea deber, sino deseo,
que no sea cálculo, sino impulso,
que no sea agenda, sino encuentro,
que no sea control, sino vuelo,
que no sea mandato, sino danza,
que no sea silencio impuesto, sino escucha cómplice,
que no sea espera pasiva, sino gesto vivo,
que no sea respuesta segura, sino pregunta abierta,
que no sea norma, sino magia,
que no sea aplauso fácil, sino mirada profunda.
Que sea yo.
Como yo.
Conmigo.
Porque yo me quiero.
Y mamacita rica, interesante, divertida y libre.
Así que mejor estar sola…
que mal acompañada.
O como me digo a veces, mirándome con amor (y un poco de deseo):
“La tirada está hecha, reina… y tú vas ganando"
Comentarios
Publicar un comentario