Entre el krápula, la otra y yo


Ser feminista trae consigo una serie de dilemas y ambigüedades que solo quien los vive, los goza.

En principio, ponerse los lentes morados hace que empecemos a ver el mundo de otra manera. Qué duro es darse cuenta de que has vivido y legitimado actos de violencia psicológica o invalidación por parte de tu pareja, o que en esa relación no se vive de manera equitativa.
Y, sin embargo, te dices a ti misma: no importa, hiciste lo que pudiste con lo que tenías, ahora toca seguir.

Luego, el problema es que esas gafas ya no te las puedes quitar. Ya forman parte de tu vida, de tu ser. Identificas estereotipos, comentarios machistas y prácticas inequitativas a donde quiera que vayas.

Si decides separarte de esa pareja que siempre te puso en un segundo lugar… mira, conseguir una nueva pareja es muchísimo más duro para las feministas. Con solo el olor te das cuenta de los manes machistas, misóginos, que disfrazan todo en argumentos de ser “el más vivo”, “el mentiroso experimentado” o que se sienten los “más”: el más duro, o más “chacho”, porque se metieron con muchas mujeres y les hicieron daño.

El argumento de “somos adultos y sabemos lo que hacemos” muchas veces va acompañado de un montón de falta de cuidado emocional y violencia psicológica: hablar claro, poner las reglas de manera justa, hablar de lo que se siente y no ser un cretino… eso les queda dificilísimo en varios niveles.

Pero el dilema más grande que tuve que vivir, desde el ser una mujer feminista, fue aceptar la condición humana de la otra.

Mi compañero de vida de 20 años se enamoró de otra mujer.
Tuvieron una relación de pareja —con viajes, salidas, cenas, cartas, regalos y todo lo que conlleva el amor— durante nuestros últimos dos años de relación, tal vez.

Claramente, no es que yo fuera tonta y no me diera cuenta de que algo había cambiado.
Pero en esta apuesta de romper con los imaginarios del amor romántico, tomé la decisión de confiar, creer y preguntar.
Si me decía no, yo decidí creer. Y si me decía sí, también.

—¿Aún me amas?
—Sí.
Yo le creía.
—¿Tienes a otra persona?
—No, estás loca, deja la paranoia.
(Y en su momento no me daba cuenta de lo violento de esto).
Está bien, yo creo. En nombre de las relaciones distintas, de la madurez y del feminismo.

Entonces, cuando a la pregunta “¿Tienes a alguien más?” le sigue un “sí”, llegan a ti todos los dilemas feministas del mundo:

¡Qué amor sano ni qué mierdas!
¡Mucho triplehijueputa!
¡Qué pendeja soy!
Y la peor de todas:
MUCHA PERRA. ¡MUCHA PERRA TRIPLEHIJUEPUTA!

Juré que jamás hablaría mal de otra mujer. Me prometí, en nombre de la dignidad del género, que haría todo lo que estuviera en mis manos para entender sus acciones desde su historia de vida, desde su realidad situada, desde sus dilemas y su humanidad.

Pero qué difícil resulta esto cuando esa mujer es la otra.
La otra que se metió en una relación de pareja de 20 años y no le importó.

Qué difícil ser empática cuando ella nunca fue empática con lo que yo consideraba mi familia: el innombrable, mis hijos, la perra y la gata.

Recuerdo de pequeña odiar profundamente a la otra de mi papá.
El día que me enteré de que mi papá pudo haber estado con otra mujer que no era mi mamá, el instinto de conservación animal hizo que quisiera desterrar a ese ser a otro mundo.
La peor condena para los griegos era el destierro.

Y, sin embargo, cuando fui grande entendí que esa otra mujer no tenía un compromiso con nadie, sino con ella misma.
Que el cretino, el krápula, era mi papá, que, sin importar el compromiso con su esposa y cuatro hijos, igual quería disfrutar como si fuera soltero.

Entonces también odié a mi papá.

Y, sin embargo, hoy en día no odio a mi padre ni a la otra de él.
Pero tengo muchos dilemas frente al innombrable y la otra de él.
¡Par de remalparidos!

Puedo entender el amor. Que cuando llega es bellísimo, hace sentir de todo, querer vivir diferente. Desde la humanidad puedo entender que ellos lo vivieron.
Qué lindo vivir el amor, qué bueno que haya gente que viva la experiencia.

Qué gonorreas que me hayan hecho eso a mí.
A mííí. A mis hijos. A mi perra y a mi gata.

Hoy pienso: ¿cómo sentir empatía por un par de gonorreas que jamás la tuvieron por mí?

Desde el feminismo, digo… la única manera de vivir la vida en plenitud es entendiendo que las personas no quieren hacer daño, aunque a veces lo hacen.
La única manera de vivir tranquilamente es entender que no soy el centro de la vida de nadie, y por eso, el centro se puede volver otra situación, cosa o persona en cualquier momento.

Y, sin embargo, con toda la capacidad para discernir que me ha regalado el feminismo, sigo pensando…

Mucha hijueputa.
¿Cómo se levantará, irá al trabajo, comerá, dormirá… sabiendo que por sus acciones pasó todo esto?
¿Será consciente del daño que causó a otra persona?
Creo que no.
¡Mucha inconsciente!

Y, sin embargo, aunque estos dilemas son emocionales y teóricos, puedo entender su humanidad y solo por hoy (jajaja) no juzgarla.
Entender que cada experiencia de vida es parte del círculo que se entrelaza y construye nuevos caminos para vivir de otra manera.

Hoy estoy mejor que hace un año.
Y tal vez no hubiera sido así si no hubiera vivido todo eso.

Pero empezar a vivir de otra manera, luego de la costumbre y las tradiciones, es muyyy difícil.

Y, sin embargo, desde el feminismo puedo darle las gracias a ella, por permitirme vivir algo distinto.
A él no…
Ese sí es un krápula.

Y si estás ahí, leyendo esto con una herida parecida, con una perra y una gata que también lo notaron todo… solo quiero decirte: no estás sola.

Pensamos “mucha hijueputa” con culpa.
Pero seguimos.

Y escribir, al menos hoy, también es resistir. 

Comentarios

  1. Me encantó mi Katherine, disfruto leer groserías que también he sentido, remalparidos y aunque también soy feminista puedo decir que hijueputas gonorreas. Sin dolor y a grito entero

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    1. Hola, Muchas gracias por leerme y dejar tu mensajito. Pues siiii a veces se aparecen estos dilemas en medio de la vivencia del feminismo y nos toca hacerles cara, ni modo. Por lo pronto, que se aguanten la rabia mientras se pasa. jajajaja un abrazo grande para ti.

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  2. Uffff, gracias por ponerle palabras a los dilemas profundos que muchas vivimos en silencio: el conflicto entre la teoría feminista que nos sostiene y la experiencia emocional que nos atraviesa. 😮‍💨💜

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    1. Muchas gracias a ti por leerme, muchas gracias por mencionar lo que sientes también, nos vamos acompañando en el caminito. Un abrazo grande.

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  3. Un escrito absolutamente catartico, me sentí tan identificada. Lo amé.

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    1. Muchas gracias a ti por leerme, muchas gracias por dejar a demás comentario. ¡Me encanta que te encante!

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