¡Lo conozco todo!
Un
borracho gritaba en la mesa de un bar: ¡lo conozco todo! Antes de que el
alcohol se le subiera por completo a la cabeza, parecía un hombre solidario,
fuerte, inteligente, que incluso se conservaba en buena forma. La gente del
pueblo sabía qué hacía las veces de instructor deportivo en pueblos aledaños.
No se
lograba entender cómo funcionaba la vida de este personaje que gritaba en las
mesas acerca de sus viajes y sus proezas por lo menos 4 de los 7 días de la
semana. En las noches, se le veía alejarse por las esquinas, mientras luchaba
por no caerse. Para muchos, era un ser despreciable que no hacía más que
alardear y pavonearse con todo aquello que había hecho y conocido en la vida;
para otros, era simplemente un gran mentiroso. Para unos pocos, era un hombre
con grandes historias. Al llegar a las tiendas, se acercaba tranquilamente a la
barra y empezaba con una primera cerveza. Pero a los 5 minutos ya se había
tomado 4 más y, en la siguiente hora, por lo menos 30. Entonces empezaba a
gritar: ¡Yo he viajado por toda Colombia! ¡Lo conozco todo! Conozco los
delfines rosados del Amazonas y los flamencos de La Guajira.
Un
día, contó cómo había celebrado un Año Nuevo en el piso de un hospital para
soldados con discapacidad, que no tenían piernas, brazos, estaban tuertos o en
muletas. Había llegado allí luego de haberles robado los fusiles a quince
soldados en una feria de pueblo. Los había escondido en su casa y ellos habían
llegado en grupo a golpearlo. Lo metieron en el calabozo, donde empezó a
vomitar sangre. Así fue como terminó en este piso de un hospital militar.
“¡En
pueblo de ciegos el tuerto es rey! ¡Yo era el único que estaba bueno!”, gritaba
y se carcajeaba mientras imitaba a los que andaban en muletas. Contó que, a
media noche, sin saber de dónde, todos empezaron a sacar botellas de vino y
aguardiente. Tomaron durante toda la noche. A la madrugada cuando se había
acabado el alcohol, en medio de su borrachera, decidieron ir por más licor.
Debido a que todos tenían dificultades para moverse, él sería el héroe que
apaciguaría la sed de los enfermos. Entonces amarraron las sábanas de todas las
camas para que él bajara por la ventana y comprara dos botellas más, en una
caseta que quedaba en la esquina.
Todos
alrededor escuchaban impresionados sus historias. Nadie sabía si era verdad o
mentira todo lo que contaba. Pero al día siguiente, hacia las 8:00 p.m., muchos lo
esperaban ansiosos. Cuando la resaca no lo dejaba cumplir su cita, en el bar lo
echaban de menos. En las mañanas, se le veía salir a muy temprana hora con ropa
deportiva, trotando y tomando batidos saludables. Cuando le hablaban de estas
historias, él solo dejaba salir una sonrisa mesurada y continuaba su camino.
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