La Chica de los viernes, es un experimento de escritura. Un compromiso personal por no abandonar las ganas de crear.
Hay personas...
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Hay personas que en el
encuentro con nuestras vidas marcan irremediablemente. Yo, en mi vida tengo un
par. Claro, junto a ellas también hay un par de libros, algunas películas y
muchas canciones.
Separarse es una de las cosas más difíciles que puede vivir una persona. He leído que el duelo del divorcio es igual a procesar la muerte. Algo se muere, la vida desaparece tal cual como la conocíamos. Ya no volveremos a ser los mismos. Nadie sale bien librado: hijos, el perro, el gato, yo, yo, yo... No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Pero, las primeras noches se sienten como los putos mil años. Qué dolor tan grande, que desasosiego. No hay mal que por bien no venga, pero sabrá Mandraque cuándo llega el puto bien. Tener que aprender a volver ser. Aprender a ver el futuro sin el otro. A planear sin el otro, ya nada se suma todo se divide, empezando por el corazón que se parte y duele, duele de verdad, en lo físico. Se siente el hueco en la mitad del pecho, a veces pareciera que al cuerpo se le olvidó respirar. Hay que aprender la rutina de la vida sin saber dónde meter la información que se compartía: ¿Qué comiste hoy? ¡Vi cómo se robaro...
Hablando de tusas, es interesante reconocer que pareciera existir un manual tácito sobre cómo liberarse del dolor. En lo explícito, desde la psicología nos hablan de las etapas del duelo: primero la negación, luego la tristeza, seguida de la rabia, la aceptación y, finalmente, la resignación. Claro, siempre hacen la salvedad de que estas etapas se pueden vivir en momentos distintos, solapadas entre sí, con mayor intensidad unas que otras y no necesariamente en el mismo orden. Cuando escuchaba hablar sobre esta teoría del duelo, no podía evitar ver a Homero Simpson en el consultorio viviéndolas todas en un mismo minuto. Y es que, más o menos, así me pasa a mí. Yo, que he sido precocita desde pequeña, queriendo vivir todo lo más rápido posible y en tiempo récord, me he visto sintiendo y despertando emociones que no sabía que habitaban en mí. La máxima para que el aprendizaje funcione en este nivel de precocidad es vivir la experiencia, reflexionar en simultáneo, reconocer por dón...
Porque a veces lo más rebelde es dejarse sentir, sin pedir permiso. Mi hermano me escuchó. No con esas orejas grandes de “te entiendo todo”, sino con ese silencio medio incómodo de quien intenta no decir lo que piensa. Porque claro, me quiere escuchar. Pero también es hombre. Y aunque se esfuerce, algo en su mirada se delata. Como si dijera: “no sé si esto que estás haciendo te va a hacer bien”. Yo le hablé de cosas que a una no le enseñan a decir: las dudas que te despiertan a las 2 a. m., las ganas que llegan sin haber sanado, los besos que no sabés si quieres, pero igual los das. Le hablé desde un lugar que no es valiente ni derrotado, solo el lugar desde el que se está viviendo. Un lugar sin nombre, sin escudo, sin justificaciones. Y él, que me vio como “la niña” —aunque ya tenga 38 años —, ahora se da cuenta que hay partes mías que se saltó. Que hay cosas que vivo hoy que quizás él vivió a los 17. Que hay experiencias que se me quedaron embotelladas mientras yo hacía lo que s...
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